Cuando una historia deja de ser solo un guion
Hay un momento en el que la historia que escribiste deja de pertenecer solo al papel.
Ese instante en el que el guion se convierte en algo más: un universo en construcción, una emoción que empieza a tener cuerpo, una voz que ya no solo escuchas tú.
Como guionista, paso muchas horas imaginando, reescribiendo, afinando cada frase hasta que respira por sí sola. Pero llega un punto en el que las palabras, por sí mismas, ya no bastan.
Necesitan luz, color, movimiento.
Necesitan un plano, un silencio, una mirada.
Ese paso —el de ver cómo una historia empieza a transformarse en película, serie, spot...— es algo difícil de explicar.
No es solo un proceso técnico, ni una lista de tareas de producción: es un viaje emocional.
Porque rodar significa volver a mirar lo que escribiste, pero con los ojos de todos los que van a hacerlo realidad.
Y ahí, justo ahí, la historia deja de ser tuya para convertirse en algo compartido.
Cada plano, cada decisión, cada pequeño gesto detrás de cámara será una forma de seguir contando.
Y eso me recuerda por qué empecé a escribir: para emocionar, para provocar preguntas, para tender puentes entre quienes miran y quienes sienten.
No sé si alguna vez una historia deja realmente de ser un guion, pero sí sé que hay un momento en el que empieza a respirar fuera de ti.
Y ese momento… es pura magia.

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